Fernando Laposse es diseñador de profesión pero su práctica no se limita a la simple definición de la disciplina. «Cada vez que le digo a alguien que soy diseñador, la primera pregunta que me hacen es “¿diseñador de qué?”». Para explicar su propio quehacer, recurre a una cita del arquitecto y diseñador estadounidense George Nelson, que también deja entrever su concepción del diseño: «El diseño es un intento para hacer una contribución a través del cambio. Cuando no se hace ninguna contribución o no se puede hacerla, el único proceso disponible para dar la ilusión de cambios es estilizar».
¿Artista, diseñador, químico, inventor? ¿Cómo definir con el lenguaje lo que en la experiencia implica múltiples sentidos? Una posible respuesta implicaría establecer límites: «Definirse es limitarse en cierta forma. En algunas profesiones es conveniente especializarse, pero en mi caso me siento más identificado con la idea del hombre renacentista o el polímata, donde es mejor visto contar con una diáspora de habilidades que se complementan en lugar de tener una sola especialidad».
Aunque cuenta con estudios en diseño por la Universidad de Central Saint Martins en Londres, Laposse observa una deficiencia en los programas educativos que termina por afectar el objetivo principal y la práctica de la disciplina. «Con la cantidad de graduados de programas de diseño que hay hoy en día, el diseñador contemporáneo está siendo entrenado para tomar la vía fácil: el estilismo. Espero que ese modelo empiece a cambiar, el diseño no se trata solamente de definir la apariencia de un objeto, sino de utilizar un conjunto de técnicas para cuestionar sistemas y paradigmas y proponer soluciones estéticas o funcionales».
Así, sin olvidar la importancia de la función, su propuesta se escapa de la metodología rígida para dar paso a un proceso casi experimental que no se sujeta sólo a las dinámicas de lo industrial. «Me gusta incorporar procesos no industriales porque hay un enorme potencial en el reto que implica crear tus propios medios para producir un objeto. Lo hecho en casa no es sinónimo de mal hecho». Recto Verso (2014) —una colección de platos para postres—, o Selfridges (2014) —una instalación inspirada en las paletas mexicanas conocidas como cachetadas—, son algunos de sus proyectos que exponen su interés en áreas tan diversas como la gastronomía o la química.
«A diferencia del arte, que tiene una naturaleza más introspectiva, la acción de la cocina, tanto como la del diseño, está enfocada a producir un resultado que será disfrutado por alguien más. El chef utiliza ingredientes y el diseñador materiales, pero ambos deben buscar el balance entre crear algo para otro e imprimir su estilo o algo distintivo de su personalidad». La relación que el diseñador mexicano ha establecido con la comida está ligada a su identidad y su niñez. Según relata, su abuelo era un confitero y panadero italiano que emigró a México, donde fundó una panadería que ha pasado hasta la generación de su papá y sus hermanos. Cuando analiza sus técnicas o metodologías, encuentra ciertas similitudes con las aplicadas en la cocina: «lo que más me inspira de un chef es que siempre está probando nuevas combinaciones. Un chef no se imagina una receta y consigue a alguien más para que la cocine, sino que prueba diferentes opciones de primera mano y traza la dirección de un nuevo platillo».
Además de partir de la cocina, en Sugar Glass (2014), una serie de vasos comestibles hechos 100% de azúcar, Laposse también involucra procedimientos que recuerdan al laboratorio de ciencia. «Uno de los temas recurrentes en mi trabajo es la química: para transformar un material es necesario comprender su comportamiento, que en muchos casos implica un nivel molecular.» Otro ejemplo en esta línea: Saponaceous (2015), en el que saponificó grasas animales con sosa para crear jabón —una técnica artesanal de antaño.
Por su parte, Totomoxtle (2015) —cuyo nombre significa maíz en zapoteco—, es resultado de una exhaustiva investigación realizada en Oaxaca en torno al tratado de hojas de maíz como un contrachapado. El proceso lo llevó a profundizar en las políticas de agricultura en México y la batalla que se está gestando entre los métodos de milpa tradicional y la llegada de cultivos transgénicos. «Totomoxtle trata de evidenciar la diversidad gastronómica que tenemos y la enorme variación de maíz, para resaltar el riesgo que implica la falta de regulación en el uso de transgénicos».
Como la mayoría de sus proyectos, en Totomoxtle también aborda cuestiones relacionadas con el consumo y el consumismo. En un momento en el que el diseño tiende a la veneración del objeto, ¿cómo abordar esta problemática desde la práctica? Aunque larga, la respuesta de Laposse vale ser considerada:
«El consumismo está estrechamente ligado con el deseo y, en muchos sentidos, el trabajo de un diseñador es el de crear objetos de deseo estilizados. El problema que observo hoy en día es que el mercado del diseño tiende a acercarse cada vez más al modelo de producción y consumo de la moda, lo que se considera “High Street Fashion”. Así, el proceso de producción y consumo de objetos y muebles se ha acelerado a tal rimo que es muy difícil desarrollar nuevos movimientos estéticos. El tiempo entre que se proclama una tendencia, se comercializa y se hace disponible a las masas es cada vez más corto, lo que impide que nuevas estéticas lleguen a su madurez como lo hacían en el pasado.
Vance Packard explica este fenómeno de manera excelente en el ensayo «The Waste Makers» (1960), en el que establece una distinción entre la obsolescencia planeada de funcionalidad, el hecho de diseñar fallas técnicas después de un cierto tiempo, y la obsolescencia planeada de deseabilidad —también llamada obsolescencia psicológica—, en la que un objeto deja de ser deseable con la llegada de otro nuevo.
Desafortunadamente, la obsolescencia planeada se ha convertido en uno de los pilares de nuestros modelos económico y de consumo actuales. E Internet ha acelerado todo a una velocidad espeluznante. Modelos de crowfunding —como los de Kickstarter—, bases de datos de maquiladoras en Asia —como Alibaba— y medios de autopromoción —como Pinterest o Instagram— han creado una nueva generación de diseñadores emprendedores completamente independientes. En cierto sentido esto es un cambio interesante porque se diversifica el mercado ocupado previamente por grandes compañías. Sin embargo, se trata de un modelo de producción mucho más difícil de regular y eso es algo que me inquieta. Si se quieren hacer verdaderos cambios para revertir los daños ecológicos de las últimas décadas, se tienen que establecer más controles para los procesos de maquila y distribución».
Laposse es firme en discurso y práctica con respecto a los procesos que implica el diseño en su propia definición como un ejercicio «industrial». Siguiendo a Packard, busca revertir la dinámica que implica el deseo y la novedad: «con mis proyectos no comestibles o degradables, trato de fomentar un consumo duradero a través de objetos que fomenten una relación con el usuario. La clave está en hacer objetos que inciten una conversación y que no sean olvidados o reemplazados fácilmente por otra novedad.»