Septiembre 2019 - Noviembre 2019

 

El amarillo de los nanches, las jadeitas verdes, los azules del Caribe y el cacao amargo son testigos vulgares de que los mayas vivían la vida bajo una bóveda de colores opulentos. Para los estudios académicos, sin embargo, el tema del azul como pigmento, su origen, usos y simbolismos no son tan obvios.

En el Diccionario Maya Cordemex el único término alusivo a este tono es ya’ax que se usa, hasta hoy, para hablar tanto del azul como del verde. En la versión traducida al español del Popol Vuh no hay una sola referencia al color y en el Chilam Balam apenas se mencionan destellos en unas luciérnagas lacandonas y las plumas de un ave en Mayapán. Nada más. Y sin embargo, los azules intensos aparecen en los murales de Bonampak, los mascarones de Chaak y el registro de los movimientos de Venus en el Códice Grolier.

El contraste entre la discreción en el uso léxico del azul y su proliferación en el arte ha tenido confundidos en el enigma a los mayistas y al mismo tiempo ha colaborado a la construcción del aura mística del pigmento en el imaginario cultural y estético nacional.

Fue durante la primera mitad del siglo XX mexicano, con el boom de las excavaciones arqueológicas y expediciones científicas a sitios perdidos en el espesor de la selva, que el muralismo y los intelectuales de la época recuperaron y reinventaron el mayazul. En un momento posrevolucionario de reconfiguración de los símbolos nacionales, el pigmento funcionó como gomina de orgullo doméstico y significados ideológicos.

La colección Blue Stone de Carsten Lemme está inspirada en esa historia mítica y ritual del azul maya, su propagación por el mundo prehispánico y la resignificación contemporánea del pigmento. El proyecto consiste en una serie de muebles-esculturas de casi medio metro de alto por 30 cm de radio, moldeadas en piedra volcánica por Enrique Hernández, artesano poblano, y laqueadas con un pigmento azul intenso inspirado en la receta enigmática.

Bajo el esquema de trabajo colaborativo en el taller, el proyecto conjuga diseño industrial y artesanal. Las manos de Hernández, quien trabaja como albañil de día y artesano de noche, aportan una capa de sapiencia artesanal al valor simbólico de las piezas. Su interpretación del diálogo con Lemme da como resultado un prototipo que recuerda a un plato trípode que, vanidoso, repliega sus piernas para estilizarse ante la mirada contemporánea. Un objeto funcional y ausente de ornamentos, como le gusta a la Bauhaus, teñido de la intensidad de las observaciones astronómicas que los mayas hacían a puro ojo pelado.

La receta del pigmento, arrancada de las fuentes históricas a fuerza de imaginación académica, es reinterpretada por Lemme con una prescripción industrial basada en la fórmula original: un híbrido complejo entre una resina orgánica –el índigo extraído al macerar las hojas de la planta de añil– fijado con partículas minerales de arcilla. El resultado es un azul profundo y quemado que penetra las rosetas de la piedra volcánica como un monstruo acuático hasta transformar su naturaleza bruta en una escultura minuciosa en detalles y franca en funcionalidad: un mueble abierto a la sensibilidad del usuario y prudente ante la influencia del espacio.

Las esculturas dejan de lado la estética clásica maya de lo ricamente ataviado para regodearse en su propia materialidad: la textura porosa de la piedra, el aroma embriagante del copal y la profundidad intensa del índigo.

En Mayan Blue, el altar que los sacerdotes mayas manchaban con el rojo intenso y dulce de la sangre enemiga y en el que ofrendaban pasteles de maíz a las almas muertas, toma forma de una mesa auxiliar o un banco discreto dispuesto para la ejecución de los rituales contemporáneos como la taza de café, el caballito de mezcal o el libro de pasta dura.

Ante la incultura de la abundancia y la obsolescencia programada esta colección recupera el valor de la durabilidad para ofrecer un mueble-escultura en el que confluyen el minimalismo alemán con la ritualidad prehispánica para suspender el tiempo y dar espacio para dignificar el ser.

Texto por Andrea Bravo